De cerca, nadie es normal

La línea torcida

Posted: September 17th, 2013 | Author: | Filed under: Literature, Short Story | Comments Off on La línea torcida

Al menos ahora, ya podré descansar.

No la había vuelto a ver desde que me marché del pueblo. ¿Cuántos años tendría ella entonces? 16. Sí, era algo más joven que yo. Tal vez por eso no lo reconocí salvo cuando ella dijo mi nombre y acto seguido esbozo una sonrisa desdentada, producto de la cocaína. Era una sombra triste de aquella muchacha: figura escuálida, inclinada hacia adelante, ojos hundidos, sin brillo, brazos descarnados y llenos de pinchazos… Atravesar el barrio chino, detrás de la Clerecía, siempre te deparaba alguna sorpresa.

Nació en un pueblo de Castilla la Vieja, mísero, cortado por la mitad por una comarcal por la que en invierno no pasaba nadie, y en el que el resto del año no pasaba nada.

De familia humilde, lo poco que habían podido ahorrar sus padres, es lo que tiene el campo castellano, lo invirtieron en enviar a la hija única a Salamanca. Allí podrá estudiar una carrera y dejar atrás la miseria que toda nuestra vida se ha aferrado a nosotros. Era una buena estudiante con lo que todo iría bien. No obstante, la vida tiene la jodida costumbre de complicarse y ser como una línea torcida. Después de un buen primer año de estudios y estar bien centrada, la niña se enamoró de quien no debía: un niñato de familia venida a menos, con demasiado buen pico para una pieza tan fácil. El comienzo de la relación fue para ella como estar en el séptimo cielo pero de hecho lo que había comenzado era a descender al infierno.

Nuestro buen mozo tenía la mala costumbre de meterse todo lo que pillaba y claro, pasando tanto tiempo juntos, invitó un día a la niña a “darse un viaje”. Al principio no le gustaba mucho, además de que se sentía mal por sus padres, pero bueno, si lo hacía él y encima podían pasarlo bien juntos ¿por qué no? Al final, acabo tan enganchada como el niñato. Cuando ya no pudieron sacar más dinero a los padres de él, comenzaron a pedir a los padres de ella. Pero éstos eran gente humilde con lo que había poco recorrido, y un buen día ya no les pudieron dar más y se acabó el dinero. Y cuando ya no tenían nada más que malvender o empeñar, sólo quedó el cuerpo de ella. Y ella se vendió por él y por el caballo. Y de estar en una limpia y sencilla pensión en la avenida de Portugal, terminó en una covacha en el barrio chino, compartiendo cuarto con su novio/chulo y los señores con los que se acostaba.

Algunas veces, como si un rayo de lucidez cruzara su mente, se acordaba de su vida pasada, su familia, sus amigas, su primer año de estudios en Salamanca y se le escapaba una lágrima que le emborronaba ese maquillaje de payasa pensado para actividades lúdicas de adultos. El chino nunca fue un buen barrio para vivir, no por la gente que lo habitaba, sino por los que venían a visitarlo y hete aquí que un día la niña tuvo un mal encuentro: ella quiso cobrar por su servicio y el fulano no estaba del todo contento; estando prácticamente con el mono, se avalanzó sobre el tipo con la idea de sacarle los ojos y éste, más rápido, lo que hizo fue sacar una navaja con la que le rebanó el cuello. Allí se quedó tirada, jadeando, notando como la vida se le iba a borbotones. Su novio/chulo cuando llegó al rato y vio lo sucedido, ni la tocó, desapareció y nunca más se supo.

De esto me enteré cuando, después de haber asistido a su entierro en su pueblo un oscuro y lluvioso día de noviembre, pregunté por ella a una de sus compañeras en el barrio chino. Una puta vieja que hizo las veces de madre en los últimos años de mala vida que ella tuvo.

Sí, finalmente descansaré. Lo malo es la soledad, el silencio que lo envuelve todo aquí…


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